Ni siervos, ni yugos: ¿una política exterior guiada por la espada de Bolívar?

El coronel Aureliano Buendía emprendió 32 guerras civiles y las perdió todas. Este personaje, uno de los protagonistas de «Cien Años de Soledad», bien podría retratar lo que ha sido la historia de la izquierda colombiana y de las luchas por la transformación en el país sudamericano.

Nos acostumbramos a escuchar Colombia siempre seguido de violencia. Las masacres, el narcotráfico, la desigualdad… Parecía que ese país no podía salir hacia adelante. Sin embargo, en los últimos tiempos algo ha cambiado y la nueva compañera de viaje en los relatos sobre Colombia no es la violencia sino la esperanza.

Para comprender los cambios que se están produciendo en el país latinoamericano es necesario, además del plano interno, comprender su dimensión regional e internacional. El proceso actual en Colombia se produce en un contexto de cambio generalizado y un escenario internacional en pugna por la construcción de una nueva organización de las relaciones internacionales.

La victoria electoral de Gustavo Petro, primer presidente de izquierdas del país, no se puede comprender como un hecho aislado, ni siquiera como la causa que provoca la esperanza; es más bien una consecuencia más de un recorrido por el cambio en el que han participado distintas fuerzas políticas y sociales, y protagonizado indiscutiblemente por el propio pueblo colombiano, un pueblo cansado de ser uno de los países más desiguales del planeta, de los desplazamientos forzosos, de las masacres, y de ser entendido dentro de las relaciones internacionales como un peón al servicio de los intereses de EEUU o de la experimentación sin consecuencias de las multinacionales extranjeras.

El cambio que ha seguido a la victoria de Petro debemos, por lo tanto, dimensionarlo en relación con la gravedad del problema colombiano y con la aplicación de medidas concretas que afecten verdaderamente a problemas estructurales urgentes. Una de las urgencias entronca directamente con sus relaciones internacionales y el papel subordinado que históricamente ha jugado Colombia; pero, sobre todo, con el papel que a partir de ahora quiere desempeñar el país sudamericano.

«Menos mal pensamientos y revoluciones, que las hubo aquí y allá, nos liberaron del yugo feudal. No creo que hoy haya defensores de ese tipo de yugos que quieran que nos volvamos otra vez siervos o esclavos», declaraba Petro recientemente en su visita al Reino de España.

Para contextualizar, debemos recordar varios momentos destacados. Por un lado, durante la toma de posesión del presidente colombiano, el rey de España – que acudió como jefe de Estado – no se levantó al paso de la espada de Bolívar. Este suceso queda lejos de ser anecdótico, debido a la carga política que tiene el hecho de que la actual Colombia fue parte del Imperio Español. El desplante del monarca a los símbolos de la independencia de Colombia, doscientos años después de que ésta se hiciese efectiva, es sintomático de un problema mayor.

Recordemos cómo el padre de Felipe VI, el rey Juan Carlos I, profería el famoso «¿Por qué no te callas?» al entonces presidente venezolano Hugo Chávez, cuando éste trataba de denunciar la implicación de la embajada española en Caracas en relación con el golpe de Estado de 2002. O cómo, acto seguido, mientras el mandatario nicaragüense Daniel Ortega insistía en los abusos que perpetraban las multinacionales españolas, el ahora Emérito se marchaba del encuentro. Todo ello sucedió durante la Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado del año 2007.

Lo cierto es que las relaciones entre España y los países latinoamericanos tras la independencia no siempre han sido turbulentas. Durante décadas los vínculos llegaron a ser cordiales; así, no es extraño encontrar en distintos puntos de la geografía del Estado Español monumentos de homenaje a Bolívar, a Martí y a otros libertadores latinoamericanos.

El problema realmente llegó mucho después. Coinciden en el tiempo dos fenómenos: por un lado, la Operación Cóndor y el inicio de los experimentos neoliberales en los países de América Latina, y lo que supuso eso para sus economías, ya históricamente dependientes, pero puestas a partir de ese momento al servicio del afán privatizador para el beneficio de empresas extranjeras.

Y por otro, el desarrollo económico de España y la participación de sus multinacionales dentro de la economía mundial, asumiendo como espacio de acción fundamentalmente América Latina y el Caribe y, por lo tanto, participando de forma directa de esos experimentos.

Los intereses del gran capital español en la región aumentaron durante esos años con dolorosas consecuencias para las economías de esos países. Pero el conflicto realmente llegó cuando se inició la etapa de los llamados gobiernos progresistas y, con ello, las exigencias de unas relaciones comerciales más justas y la necesidad de revertir ese modelo neoliberal.

A partir de ese momento, en España, también se inició un proceso de propaganda, aupado desgraciadamente a derecha y a izquierda, que buscó forzar la garantía de los intereses económicos de las multinacionales españolas, a través de un hilo histórico de dominación que es reivindicado. Es ante este escenario que las palabras sobre la necesidad de no reivindicar «yugos feudales», como decía Petro, cobran especial relevancia. También explica la participación activa de actores españoles en las campañas mediáticas, políticas y económicas de agresión contra gobiernos legítimos en América Latina, donde destaca, una vez más, el caso venezolano.

Petro visitó España, al igual que con anterioridad estuvo en EEUU, con una perspectiva clara: a partir de ahora somos «socios estratégicos», no esclavos. Es decir, que Colombia va a tomar las riendas de su propio destino. Y este elemento es vital para el desarrollo económico, social y político de transformación que requiere y que exige en estos momentos el pueblo colombiano. No supone una ruptura con esos países, sino una ruptura con las ideas de subordinación.

Otro reflejo del cambio de postura de Colombia a nivel internacional se manifestó tras la exigencia de EEUU de la entrega de armamento a Ucrania, y el rechazo de Petro a esa petición.

De hecho, aprovechando la visita a España, el presidente colombiano, en conversación con «El País», dejó clara su postura independiente al respecto del conflicto en Ucrania y desautorizó el relato atlantista en relación al Derecho Internacional: «Nosotros una vez propusimos que el delito de invasión, de agresión internacional, pudiera ser considerado un crimen contra la humanidad. EEUU se opuso y sacó ese tema de la Corte Penal Internacional. De hecho, EEUU no pertenece a este Tratado y tiene que ver con esa discusión», sostuvo. A fin de cuentas, no deberían estar autorizados a dar lecciones sobre normas los máximos responsables de la no existencia actual de las mismas.

Petro, tras su reciente gira, ha posicionado a Colombia en el plano internacional como actor con voz propia y con objetivos claros. Colombia camina hacia el multilateralismo como un paso fundamental para su propio proceso de transformación interna.

Por Carmen Parejo Rendón para RT en Español