El dinero del wahabismo de Arabia Saudí y Qatar en España (parte 1)

Una de las causas más importantes para evitar el odio a los musulmanes es identificar correctamente a los responsables de que el discurso integrista y radical cale entre algunos de sus miembros. Tan irresponsable es incidir en la generalización sobre los musulmanes como pasar por alto la importancia de ideologías religiosas intolerantes que financian, promueven y difunden un mensaje de odio que no tiene cabida en una sociedad abierta y democrática. El wahabismo y el salafismo son dos corrientes diferentes sunníes pero imbricadas por un mismo concepto: el takfirismo, que significa la expulsión del distinto, no concebir al resto de musulmanes como «verdaderos» y el rechazo al que no practica ni su religión ni su misma acepción de la misma. En esencia, el wahabismo y el salafismo son discursos de odio.

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El Rey de España, Felipe VI, durante una de sus más recientes visitas de Estado a Arabia Saudí.

Arabia Saudí es, junto a Qatar, uno de los países difusores más importantes de la corriente fundamentalista del wahabismo. La visión del Islam wahabí de su profeta Muhammad ibn Abd Al-Wahhab, que data del siglo XVIII, preconizaba un ideario mucho más riguroso para todos aquellos musulmanes que según él se habían desviado del verdadero mensaje del Islam. La unión de esa visión integrista del Islam y Arabia Saudí se dio en el año 1744 por el acuerdo pactado entre el predicador y Muhammad bin Saud, fundador de la dinastía Saud a la que hoy pertenecen los sátrapas del Estado actual de Arabia Saudí.

«La exportación por parte de Arabia Saudí de una rama rígida, fanática, patriarcal y fundamentalista del Islam conocida como wahabismo, ha alimentado el extremismo global y contribuido al terrorismo», analizaba Scott Shane en un artículo en «The New York Times». La visión extrema del Islam coaligada con la dictadura saudí ejerce una dramática influencia sobre el yihadismo dependiente de la corriente salafista, que persigue devolver La Meca a unos postulados utópicos de «pureza» islámica.

Por ello, paradójicamente, el terrorismo de raíz salafista actual es una serpiente venenosa creada por la visión dogmática de la religión que alimentan los Estados wahabitas de Arabia Saudí y Qatar, y que creció con el anti-imperialismo, pero que no dudaría en matar a su creador si tuviera la oportunidad de conquistar La Meca.

Wahabismo en España

La mezquita de la M-30 (o Centro Cultural Islámico de Madrid) fue inaugurada el 21 de septiembre de 1992 con la presencia del entonces rey saudí Salman ben Abdelaziz y el entonces rey español Juan Carlos I. La inauguración se produjo 11 años después de un acuerdo al que habían llegado 18 países musulmanes con presencia diplomática en España y sólo después de que el rey Fahd de Arabia Saudí hubiera puesto 2.000 millones de pesetas (12 millones de euros) para la construcción del complejo de 6 plantas y más de 12.000 metros cuadrados.

El actual imam de la M30, Hussam Khoja, se ha pronunciado en diferentes ocasiones en contra de la violencia y contra la visión integrista y rigorista que nutre a los terroristas salafistas y el Estado Islámico, enarbolando su independencia ante el dinero wahabí que financia la mezquita pero ejerciendo el discurso implantado y gestionado desde la Liga del Mundo Islámico, la coalición islámica internacional que dirige la mezquita. El anterior imam, Moneir Mahmud, un sunní de nacionalidad egipcia que ejerció de profesor e imam en Arabia Saudí, siempre ha rechazado la influencia wahabí en su discurso y también sufrió el desprecio de los asistentes más radicales a su mezquita por sus discursos contra Abu Qutada, un clérigo radical próximo a Al Qaeda. Estos son dos ejemplos paradigmáticos de la controversia entre dos discursos integristas como el wahabí y el salafista por el control del mundo musulmán.

La mayor radicalidad del discurso no se da en las mezquitas grandes a cargo de los imames plenamente identificados, sino en pequeños lugares de cultos ilegales y clandestinos, o centros islámicos de menor tamaño. Sin embargo, no es menos cierto que la financiación de Arabia Saudí de las principales mezquitas en España y en Europa legitima una visión rigorista del Islam desde los grandes centros de oración. El dinero saudí está en las mezquitas de Marbella, de Whitechapel (Londres), en la mezquita del Rey Fahd de Los Ángeles o de Saint-Etienne en Nantes. En el momento de la inauguración de la mezquita de la M30 los musulmanes moderados ya advertían del peligro de la implantación de la visión saudí del Islam: «Arabia Saudí pretende ser la representante verdadera del Islam, pero no lo practica», afirmaba Jalifi Riadh, un profesor tunecino de jurisprudencia islámica, en un artículo de 1992 en «El País».

La mano de Arabia Saudí en la propagación del discurso del odio es tolerada por parte de los responsables políticos. En mayo de 2016 fue permitido un sermón en el Centro Cultural Islámico de Cornellà en la mezquita Al Tauba del imam saudí Saleh Al Moghamsy. Este clérigo, responsable de la mezquita de Quba en Medina, ha llegado a defender la «santidad» de Osama bin Laden por encima de la de cualquier otro «infiel».

Un informe del CNI al que tuvo acceso «El País» en el año 2011 advertía del escaso control que se tenía sobre el dinero que Arabia Saudí y Qatar, junto a otros 4 países como Kuwait, los Emiratos Árabes Unidos, Libia y Marruecos enviaban a comunidades musulmanas y cómo acababan financiando organizaciones radicales y células islamistas. Nada ha servido para que la política exterior española cambie su postura frente a los petrodólares de las dinastías wahabitas.

La financiación de las mezquitas en España es solo una de las partes más evidentes del incesante flujo de dinero que las dictaduras de Arabia Saudí y Qatar usan para ampliar su influencia. Los negocios al más alto nivel y las fuertes inversiones de capital en empresas españolas, junto a los jugosos negocios que proporcionan estos países, hacen que se sea muy laxo con el discurso del odio que promueven y al que dan soporte.

Por Antonio Maestre (LaMarea.com)

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